16/1/09

Capitulo 1: EL ESCENARIO: LA CIUDAD Y LO URBANO

“Cuando uno decide adentrase en la ciudad y efectuar un recorrido laberíntico por la misma, está expuesto a romper con su propia cotidianidad para aventurarse en un espacio que se “cree” conocido y que no nos corresponde. Y finalmente reflexiono que el primer obstáculo para relacionarme de una manera distinta con la ciudad, son los propios temores y esa piel de cemento no es tan trágica como la pintan y que ese dibujo que había construido inconscientemente día a día, merece otras aristas, nuevos vértices, muchos mas colores... al fin y al cabo todo es una cuestión de perspectiva” Andrés Felipe García- Participante
La Educación Experiencial se ha caracterizado porque sus acciones se desarrollan básicamente en el medio natural (al aire libre). Con CIUDAD ALTERNA Se pasa del “medio naturaleza al espacio urbano”, no obstante se mantienen los modelos y principios básicos del aprendizaje experiencial. El pasar del medio “naturaleza” a “la gran ciudad”, determina la diferencia de mayor peso de Ciudad Alterna frente a otras iniciativas pedagógicas que también están basadas en la experiencia. Esto lleva a cambiar y ha adaptar los contenidos y actividades de acuerdo con las condiciones dadas por el escenario. Entonces, si nuestro escenario actual es LA CIUDAD, merece que hablemos de ella, y tratemos de desvelar sus secretos.
LA CIUDAD Y LO URBANO
Para empezar a hablar sobre la Ciudad y todo lo que ella representa, es esencial iniciar por la diferenciación que se hace sobre lo Urbano y la Ciudad. Para Manuel Delgado, en su texto Ciudad Liquida, Ciudad Interrumpida, está muy clara la diferencia:
En una ciudad, vemos estructuras, articulaciones, instituciones, familias, iglesias, monumentos, centros, estaciones, palacios, mercados. En cambio, ninguna de esas cosas corresponde propiamente a lo urbano. La ciudad siempre está en la ciudad, mientras que lo urbano trasciende sus fronteras físicas, se ha generalizado y lo encuentra uno por doquier. (Delgado, 1999:9).
De lo urbano cabe decir que está en una constante estructuración, haciéndose y luego deshaciéndose, hilvanándose con materiales que son instantes, momentos, circunstancias, situaciones. Lo urbano es volátil, se va transformando como las imágenes de un calidoscopio, llenas de color, de caos, de vértigo, pero también imágenes llenas de vida, ricas en sensaciones y experiencias:
Lo urbano, al mismo tiempo que lugar de encuentro, convergencia de comunicaciones e informaciones, se convierte en lo que siempre fue: lugar de deseo, desequilibrio permanente, sede de la disolución de normalidad y presiones, momento de lo lúdico y lo imprevisible. (Lefebvre, 1974:16)
Se percibe así a lo urbano como un espacio vital, en donde sus protagonistas y actores están en constante movimiento, propiciando cambios, estructurando formas, llenando de sentido una y otra vez a la ciudad. Se podría decir entonces que son los urbanitas, quienes tienen siempre la última palabra acerca de cómo y en qué sentido moverse física e imaginariamente en la ciudad. Son ellos quienes deambulan por los laberintos citadinos, quienes padecen o disfrutan sus calles, su arquitectura. Y cuando se dice ellos, no hay exclusiones, acá cabe el mendigo, la universitaria, el inmigrante, el desplazado, el discapacitado, si, aquellos seres que desde unas condiciones particulares, desde su propia perspectiva, viven en sus múltiples dimensiones la ciudad. Porque lo urbano está determinado por esa heterogeneidad de formas de pensar, de decir, de hacer, al mismo tiempo que por la pluralidad de espacios. “En la esfera de lo urbano, sólo podría encontrar, evocando el texto de Deleuze sobre Nietzsche
`diferencias que producen diferencias`” (Lefebvre, 1974: 80)
Y estas diferencias son las moléculas que dan vida a la ciudad, que le permiten nombrarla como tal, que le dan ese poder de fascinación que ha llevado a millones de personas a habitarla, a muchos de ellos a soñarla (diferentes o idealizadas), a otros tantos a escribir sobre ella, a cantarles, pero todos al fin y al cabo, lanzados a la realización de un ejercicio de imaginación, que permite construir constantemente nuevos espacios, diferentes trayectos y porque no, que posibilita pensar un nuevo urbanita, un nuevo colectivo en el cual los lazos sociales que se crean allí, generen nuevas formas, formas más sanas de vivir con la diferencia, para poder enfrentarnos con el otro sin sentir el impulso de aniquilarlo. Y como lo dice Silva:
La ciudad también vive porque imagina, porque padece o porque bajo el agobio de tanta frustración o miedos reiterados, sus ciudadanos se encierran en casas-trincheras, ocultas en fantásticos laberintos y diagramas territoriales que cambian el medio ambiente y su percepción. O también vive, como igualmente se destacó, por la percepción de un nuevo color que hace que sus moradores salgan de paseo los domingos a recorrer sus vías en bicicleta y así ofrecer sus cuerpos a la ciudad. Y esto también cambia el ambiente visual y urbano y hace que en la ciudad crezca de nuevo la utopía de un mundo social compartido para deleite público. (Silva, 1992: 282)
Sin significar esto que se esté pensando o deseando un modelo de ciudad utópica, comprensible, tranquila, lisa, ordenada, dividida fácilmente por líneas y ejes naturales, accesible a todos y todas; mas bien una ciudad plenamente urbanizada se parecería a lo que Michel Focault llama una heterotopía (1999), es decir una ciudad caótica, pero autoorganizada, saturada de signos flotantes, ilegible, rebosante de una multitud anónima y plural. Caos, confusión, que mirados desde el agrupamiento en sociedad, son:
Estrategias, puntos de cruce, encuentros nodales, intersecciones que se actualizan bien en el transcurrir del relato, bien en el discurrir de los lugares, formando en el primero esas auténticas humanizaciones del tiempo que son los mitos de la colectividad y produciendo en la segunda esas formas de hábitat, del morar y del construir que son la materialización de la humanización del espacio. (Montoya, 1999:31).
La ciudad sólo realiza sus potencialidades si es accesible. Pero las áreas centrales lo son cada vez menos: dificultades de tránsito, inseguridad ciudadana. Al mismo tiempo, en las periferias crecen áreas segregadas en las que los habitantes, que además, padecen déficit cultural o de información, no pueden ejercer “las libertades urbanas” (Borja, 2000:17). Decididamente un programa en la Ciudad parece que está pensado para atender estructuras líquidas, ejes que organizan la vida social en torno suyo, pero que no son casi nunca instituciones estables, sino una pauta de instantes, ondas, situaciones, ritmos, confluencias, encontronazos, fluctuaciones. Lo que representa un mar de posibilidades en el descubrimiento de nuestras identidades fluctuantes y reflexivas de las que nos habla Anthony Giddens (1997), y es que la ciudad, con sus urbanitas, con sus transeúntes, nos lleva irremediablemente al paroxismo del espejo. En cada uno de sus movimientos, de sus avatares, están reflejados acaso mis temores, mis lastres, pero también mis deseos, mis afanes por ser “alguien” en una sociedad que constantemente te está pidiendo tu signo, tu identificación. Y ese lugar por excelencia de la ciudad, en donde nos podemos mirar a nosotros mismos como en un espejo, en donde se vive en su máxima expresión lo urbano, es la Calle.
LA CALLE
La calle es el lugar privilegiado de lo urbano, el espacio en donde todo fluye, se entrecruza, choca. En ella, los transeúntes deambulan, casi siempre agitados, casi siempre con la mente puesta en todas partes, menos en la misma ciudad. Transitando una calle nos damos cuenta de las miserias de la ciudad, de sus limitaciones, del nivel de desempleo, de la pobreza; pero también se desvela la creatividad de sus habitantes, sus vitrinas siempre coloridas, los atuendos de cada uno de los personajes que la transitan. Podría decirse que es una pasarela, en donde cada uno se viste para lograr su objetivo personal, es decir nos vestimos para la calle, nos vestimos para el otro que al igual que nosotros está en la calle. Nunca vamos solos por allí, siempre con nuestro cuerpo, con nuestro movimiento, con nuestra apariencia, estamos queriendo decir algo. Desde los punkeros, que con sus crestas y su color negro, logran que el resto de la gente les abra paso; el indigente que con su vestido mugre, con su olor característico se está protegiendo de nos-otros; hasta la señora que con su minifalda, espera una que otra mirada furtiva que le permita seguir soñando, o el señor que con sus pantalones bien aplanchados y su camisa almidonada, quiere lucir mejor que todos sus compañeros de esquina. Ya que como lo dice Delgado,
La calle es un terreno en que el desconocimiento mutuo domina y dónde los individuos confían en que su aspecto será suficiente para definirlos. El espacio existe por una vivencia y una percepción que son siempre corporales. (Delgado, 2000:1).
La calle es, por definición, un espacio mediúmico, en tanto sirve para todo tipo de transbordos y transmutaciones, en tanto en ella los mundos se sobreponen y se confunden, en tanto en ella uno puede ir saltando de universo en universo. No en vano Isaac Joseph (1988) describía el espacio público como el espacio de los sonámbulos y los insomnes: vacilaciones, excedentes de sociabilidad, restos de vigilia perpetua. En la calle, los choques, los encuentros y desencuentros, las miradas o las no miradas cobran valor en la metáfora del baile que nos propone Delgado, desde la cual podemos visualizar al bailarín-transeúnte, en una constante complicidad con el otro, sus gestos, sus cruces, sus movimientos, sus ritmos, son simplemente la danza que ofrecen al otro y así mismos día a día, un espectáculo en donde cada uno tiene el papel protagónico, en donde cada uno se la juega para salir triunfante. En esta danza se está jugando la vida, se está, con cada uno de los pasos, negociando el territorio, comunicando al otro cuales son nuestros deseos, cuales nuestros derechos, estamos marcando nuestros límites más infranqueables:
Los transeúntes imprevisibles, los peatones elaboran, entre el lugar del que parten y el lugar al que habrán de llegar, esos no-lugares por los que se escucha susurrar el murmullo de la sociedad, rumor infinito que producen al caminar los antihéroes anónimos que van y que vienen, que circulan desbordándose por los relieves que les son impuestos. (Delgado, 1999:14).
La calle y los demás espacios urbanos del tránsito son escenarios de las mas grandes paradojas, es la disponibilidad total del ser que transita, nadie es dueño de nada, todo está ahí para nadie, sin embargo cada uno quiere un espacio, quiere que le sea respetado su territorio, y en donde cada mirada puede ser tomada como una señal, como un mal presagio, como una invasión. La calle es el lugar del encuentro con el otro, allí todos caben, sin embargo, se hace uso de todo el arsenal defensivo, para que ese diferente no me toque, no me encuentre. Acá cada uno puede poner su ritmo, sin embargo, actúa la intolerancia cuando hay un obstáculo humano en la acera, un mendigo, un ventero, un discapacitado, algo o alguien que haga que se tenga que parar, disminuir la velocidad, cambiar de acera, o simplemente que genere una confrontación con el propio cuerpo. No sabemos qué es en sí lo que sucede en todo momento en la calle, pero de ella podemos decir, que de pronto cada uno de nosotros puede descubrirse en ella arrastrándose como un gusano, tanteando como un ciego o corriendo como un loco, viajero y nómada, espacio en el que velamos, combatimos, vencemos y somos vencidos,
“buscamos, entramos e inmediatamente volvemos a perder nuestro sitio, conocemos nuestras dichas más inauditas y nuestras mas fabulosas caídas, penetramos y somos penetrados, amamos…“(Delgado, 1999:144).
La calle, es la condensación vital de la ciudad, como lo plantea Melo Moreno (2001:18),
“[La calle] es un elemento que se abre como posibilidad a través del cual se lee la ciudad, dada su condición de “espacio público”, de espacio obligado, que vive todo habitante de la ciudad”.
El individuo urbano se hace en la Calle, éste es un espacio vital para la subjetivización, para, en el encuentro con el otro lograr adquirir una posición de sujeto competente. En los encuentros que ofrece lo urbano, en las negociaciones permanentes que debe realizar el individuo con los otros, se le
…otorga el papel de ser urbano de una ciudad, pasando tales convenios por una escenificación territorial. En donde su actuación o actuaciones van a corresponder a la misma teatralización que lleva implícita la vida de la ciudad, esto es, su condición de performativa, acogiéndose a los actos del lenguaje. (Silva1992:132).
Todo usuario del espacio público, “siempre es un iniciado, un neófito en un rito de pasaje” (Delgado 1999). Se podría decir que en la calle, no sólo yo es otro, sino que todo el mundo es, en efecto, otro: el espacio público, es el espacio de la alteridad generalizada. Una alteridad que igualmente nos da unos derechos y unas obligaciones. Lo que Lefebvre llama el derecho a la ciudad, el derecho a la ciudadanía, el derecho a la invisibilidad, a la protección que presta la indiferencia, el anonimato, es para él la ciudad productora de enormes diferencias, la única tabla de salvación para las individualidades, para los diferentes que quieren permearse en la ciudad junto a los otros. Por esto al permitirnos Des-cifrar la ciudad de la mano de otros, como propuesta esencial de CIUDAD ALTERNA, podemos adentrarnos en este fantasma urbano, en la forma como los otros viven y transitan la ciudad, sus obstáculos y privilegios, al tiempo que nos devuelven imágenes de nuestras formas, de nuestras identidades. La ciudad posibilita la individuación, la singularidad, al tiempo que registra su historia desde la posibilidad de compartir los imaginarios individuales y poderlos re-significar desde el dialogo y desde la reflexividad. En CIUDAD ALTERNA también se propone el intento de asumir la posición del otro como un paso en la construcción de lo personal y de lo social.
Marian Ríos